Enciendo un cigarrillo bajo la sombra
azul de la tarde,
de esta tarde que tanto se parece a
otras,
que tantas veces tomé al asalto de un
beso.
Bajo una farola, exhalo un bocanada de humo,
pasan los abriles, las palabras,
las azucenas que cuelgan desnudas de
los balcones más antiguos,
la bruma que me cubre.
Otro cigarrillo espera la soledad de la
aurora.
Tantas veces oí tu voz sobre la bruma,
tus tacones acercándose desde la acera
al beso.
Ahora el silencio me toma, me domina,
me cubre con sonrisa de dios derrotado;
enciendo otro cigarrillo,
el humo toma la calle
y van tres y tú no vienes:
ni vendrás más tardes parecidas a
esta,
ni tendrás la apariencia de antaño,
ni besarás mis labios cubiertos de
melancolía.
Entre el humo crece la voz del
invierno,
la voz de todos los inviernos de la
tierra,
y viene el tiempo y hace temblar los
crepúsculos
y la luz del sol desaparece detrás de
tantos recuerdos
y tú no estás y tú ya no vienes
buscando esta calle tan distinta a
otras.
Llora la ausencia.
Apago el cigarrillo.