
Mujer telúrica, hembra amada,
rostro que se acomoda
en la triste laxitud de mi rostro,
yo te invoco detrás de los espejos,
encima de los lirios que audaces crecen,
en los trabajados surcos de la tierra.
Invoco tu voz y tu sonrisa
porque acaso aún no te has ido. ¡OH doncella de invierno!
porque sé que aún no te has ido.
Yo te canto, mujer, y dejo el verso quebrado
entre mis labios
porque así suspira la vida que te dono.
Que las manos vuelen, pues, a la altura de un poema,
que tomen conciencia de lo escrito en este instante
aunque tu no estés
y yo no vuelva a recordar su nombre.