domingo, 16 de diciembre de 2012

Me cansa




  1. Me cansa la hipocresía,
    el beso que ella dejó en el pómulo de mi aliento,
    el verbo amar que apenas reconoce,
    la pulcritud de dos cuerpos abrazados.

    Me cansa la envidia, ¡triste señora!;
    triste instrumento que necesita la voz y el coraje de otros,
    para lanzarse desde las orillas de la mediocridad
    y libar el beso que brota de la tierra.

    Me cansa el puño cerrado para el golpe,
    los pasadores de las puertas,
    las cortinas con los ojos abiertos, el punto de mira.

    Me cansa la mirada que no advierte,
    la sonrisa que cae en saco roto,
    buscando otra sonrisa
    y otra manera de cosechar la patraña.

    Me cansan las calles, sus luces opacas y tercas
    que quieren iluminar las sombras de las esquinas,
    los coches que rugen y no avanzan
    y las manos extendidas a las consecuencia de la materia.

    Me cansa que ella me mire y no me hable
    y que de sus palabras surja el tiempo
    y de ese tiempo, menos versos
    y otro día sobre el día y otra vez mi pecho dolorido.

    Me cansa que el perdón sea una muralla infranqueable,
    un acantilado donde se estrella el vocabulario,
    una playa donde no habitan
    ni manos para la caricias, ni labios para el beso.
    Todo me cansa cuando intento decir, amor mío, y oigo su eco distante
    cuando en la profundidad del poema, extraigo el silencio.
    Todo me cansa y ella, acaso, ya lo sabe.

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