Cuando la vida te alcance, digo, en la afonía de los días;
cuando tus ojos rindan en sombras, la luz del sol;
dirás, con la voz callada del tiempo:
"hasta aquí te he acompañado como leal compañera";
más tarde besarás el sueño y la tierra
con la dignidad de tu estatura.
Pero… hasta entonces:
que nadie te hiera ni ultraje,
que la taciturna sílaba no se acomode en tu garganta,
que la guadaña no temple su acero
en tu cuerpo vivo y femenino.
Pues debes sentir:
un
largo trecho de labios sin equipaje,
de besos en los ojos imperfectos de la noche,
de bocas en cuerpos detenidos.
Pues
debes sentir:
la
vida que cubre
el
diezmo del suspiro.
Sé que te pertenece la risa, la calle y el diluvio;
te pertenece la tierra vestida de grana,
los labios mojados por un beso, las amadas mejillas
y
la casa amiga que abriga tu pecho.
¡No te rindas, no huyas!:
deja que el cerezo florezca de natas al grito y a la cosecha,
y así, cuando la vida te alcance,
que te encuentre cubierta de vida.
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