El hombre diminuto, corría por los valles,
bebía del rocío tenue de la mañana
y acariciaba el principio libre de la vida.
Latía en su corazón la risa de los alcores,
buscaba debajo de la nada, la semilla del todo,
y en el fruto del árbol prohibido,
buscaba y buscaba la vida.
Así era el hombre diminuto,
algunas veces corría entre la hierba,
se deslizaba por las hojas más tiernas del aire,
aquellas que la lluvia abrigaba, en su pecho de agua.
Y otras, corría detrás de las cosas sin nombre,
cuando sentía la voz del bosque,
cuando buscaba la vida.
Pero vino un día a verle, el fuego que todo se lleva,
entonces, a su casa blanca, la vistió el tiempo
y el hombre diminuto, se volvió del color de llanto,
y se lo llevó la muerte
justo, en el mismo instante, que encontraba la vida.
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