El tren acuna la forja de sus ejes,
está a punto de partir;
en sus entrañas, el tiempo gime quimeras de aceite;
en los andenes se vaga desde la vida al beso
y se reconocen los abrazos, sobre inertes luminarias;
el vaho se fija en los cristales con tosco esfuerzo
-una niña escribe en ellos, con infante caligrafía,
el nombre de su muñeca de trapo-.
Recuerdo aquellas épocas
cuando llenaba con juventud,
los andenes del bullicio,
los besos y los días.
Recuerdo al hombre de ruda lágrima
que partía hacía otras tierras
para habitar la soledad del pan.
También recuerdo los pañuelos en orden de vuelo
despidiendo al tren de largo apéndice,
o al vagón donde la niña escribía con infante caligrafía
el nombre de su muñeca perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario