Yo no juzgo al ciudadano en su rebeldía,
ni las noches de
verano,
ni los días azules que asoman por mi ventana,
ni al canto del gallo,
ni al chirriante motor de las camionetas
que pasan vendiendo,
los productos más frescos del día.
No juzgo las calles desiertas del frío,
llamando al orden, a la impenitente bruma,
que asoma su inmaterial cuerpo,
como alma fiel, como alma errante,
ni al labriego que se pierde en el horizonte,
ni al panadero gritando en las travesías,
“El pan es de hoy, el de mañana Dios dirá”
Yo no juzgo la pena de la campana,
cuando, triste, entona la letanía del difunto,
ni al alcalde con sonrisa al vuelo,
ni a sus hechos, al vuelo con su sonrisa.
Tampoco a la pareja que pasa
buscando la calma de los olivares,
ni a los partidos políticos,
que nos recuerdan cada cuatro años
que un pueblo, perdido en un valle, existe.
Yo juzgo a la vida que pasa,
que se aleja, infiel, de nuestras casas.
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