Llegan las vacaciones y con ellas la algarabía, los pueblos
se llenan de niños, risas y bicicletas. La calle solitaria deja su voz mustia
de invierno, para llenarse de sonidos
infantiles y el de los abuelos que los llaman, para la merienda o para comer o para dormir, que
mañana será otro día. Más tarde llegan los padres, los amigos, los veteranos
del ocio, el teléfono de mi casa no para de sonar. “Pepe que ya estamos aquí,
que digo yo que para cuando el cochinillo”. Como dije, llegan las vacaciones,
la fiesta, el placer de los cubatas con los amigos, el recuerdo de los años
vividos, todo se exagera y se magnifica, “te acuerdas de” y unas risas.
Telón de fondo, el cochinillo de Santa Ana, a pocos kilómetros
de cualquier parte, existen dos bares que los preparan a fuego de leña, como
antaño, con el mismo tesón y horas que sus padres ponían en esta labor.
Reconozco mi pasión por este plato, se deshace en la boca,
dejando en ella, una canción de sabores difíciles de describir pero fáciles de
recordar.
Una mesa con el cochinillo, al lado los amigos de siempre,
recordándote la vida y sus hechos. –Jacinto, más cerveza; Pepito, ese vino de
la pitarra que no falte-
Y así los días, y así la amistad y así el verano y así el
cochinillo como los de antaño.
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