Y así fue como llegaste, en una oscura noche de júbilo,
las luces de la calle se fijaban en tu boca cuando yo te
miraba,
cuando atesoraba tus ojos en mi vista.
Así apareciste, de pronto, entre el humo del tabaco
sobre el griterío de los bulevares… así se hizo el silencio, nadie lo ocupaba.
Nadie en las sombras que se repartían a tu paso,
un murmullo de olas detrás de tu figura,
un bosque, silente, a mi espalda.
Un mirada, la tuya, otra mirada, la mía. Nadie más en el
horizonte.
Ni olas, ni luces de neón, ni farolas tiritando en las
esquinas.
Una playa que tú recorrías, una silueta que yo observaba.
Luego los besos cubiertos de todo, luego el todo cubierto
de besos.
Nada era imposible en la longitud de tu boca, en la
plenitud de la mía.
La nada se vestía de aire y el aire era poesía.
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