Llego a mis casas después de un día agotador de los míos, subida y bajada
por esos mundos sin paréntesis. Bocas en posición de combate y letras en busca
de un símbolo que las defina como armas sin subterfugios. Soy uno de tantos
indignados con este presente que nos donan, los imperdonables mediocres de
siempre.
Entro en mi casa buscando el refugio, la compresión del edificio, la poesía
que entona rimas blancas, el largo éxtasis del verso.
Hace mucho calor y me acuesto para hacer del sueño esa parte de la vida que
uno añora. Son la una de la madrugada, cercana se oye la música de la tierra,
el viento, el perro nocturno que pasa y….. ¡Oh Dios, el botellón de las noches
del verano!
Te cae simpática esta juventud y dejas pasar las horas, dos, tres, cuatro,
cinco, van a dar las seis y, zas, la ira y la falta de sueño te pueden, los
llamas la atención, callan y se van. Al día siguiente comentas el incidente
cuando oyes, “es que Papá, vino hecho una furia” Son los hijos de nuestros
amigos. El verano sigue. En fin.
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