Mis calles, ¡ay!,
no son las de antes; tienen hambre,
navegan abandonadas de besos
y se consuelan mirando
un océano de ventanas vacías.
Tus calles están alerta,
pincelan la luz
con sus largas trenzas de sombras;
ya atardecen en las terrazas
donde tiritan las antenas frías.
Nuestras calles de entonces lo invaden todo,
afónicas rugen con su olor de alquitrán
y tienden sus manos para escribir en el viento
que todo es un sueño de melancolía.
Calles que palpitan,
dejando pintadas en paredes diáfanas
el aleteo de los pájaros que trinan en árboles de acero
mientras la vida, busca el monótono tic- tac de los días.
Mis calles, tus calles, nuestras calles,
inundadas de luz y de viveza
nos amaban desde los tiempos
ya lejanos que amargan los adjetivos
y buscan nuestras voces en la lejanía.
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