Me diste el calor de la vendimia,
la casa, el almendro y la soledad de la multitud;
me diste el laborioso pan, el fruto de la algazara,
las calles del alquitrán,
las fuentes de cuyos caños manaba el vino,
la arquitectura labrada en la piedra y la herrería,
tu amorosa mano, el trabajo diario, la llave de mi casa.
Pero ahora te presiento como urbe distinta,
como el vientre que acuna una ciudad silente,
una casa sin techo, una palabra sin objetivo.
Presiento que se escapa de mis manos
tu color almendrado, tu aroma de bodega.
Ay Requena, adoro el tiempo que me diste,
y desdeño la injuria que me llevo.
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